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“Al pasar la barca, me dijo el barquero”: con esta frase empieza una conocida canción infantil popular. Y, seguramente, también haya sido parte de una conversación cotidiana de los vecinos de Torres de Berrellén, en Zaragoza. Desde hace siglos, sus habitantes cruzan el río Ebro en una gran barcaza para llegar a El Castellar, la población que les esperaba en la otra orilla y en la que ahora no vive nadie. Aunque los tiempos han cambiado muchas cosas, hay algunas que se mantienen igual y este medio de transporte es uno de ellos.
La historia de esta forma de desplazamiento, que se localiza en la comarca de Ribera Alta del Ebro, se remonta al siglo XIII, por lo menos. Según cuenta Rufina Mullor en el número 37 de la colección Los cuadernos de Aragón (Institución Universidad Fernando El Católico-Diputación de Zaragoza): “Hay dos documentos del rey de Aragón Pedro III fechados en 1279 y 1280, ordenando al zalmedina y al merino de Zaragoza respectivamente, que esta barca pase a cargo del rey y sea administrada y explotada por el merino de la ciudad”.

Aunque ha habido diferentes tipos de barca, tanto por el material con el que está construida como por la mecánica, la actual funciona gracias a una sirga que se engancha en un cable. De forma manual, el barquero la mueve con una polea, una manera que requiere tanto fuerza como maña, sobre todo si la meteorología no es muy amable. En la barcaza pueden llegar a entrar hasta cinco coches (depende del tamaño de los mismos) y más de cien personas. Es una manera bastante original de surcar las aguas del Ebro a la altura de la desembocadura del río Jalón.
Qué se puede ver ahora en El Castellar

Los restos que se pueden ver hoy en día de lo que fue la vida en El Castellar pertenecen, sobre todo, a la Edad Media. Se aprecian las bases de una iglesia, un castillo, viviendas, el cementerio y la muralla. Su contemplación sirve para evocar tiempos en los que esta villa tuvo gran valor estratégico.
La villa de El Castellar tenía ese castillo porque estaba en un lugar elevado (320 metros sobre el nivel del mar), algo que sucedió en muchos lugares del país durante el medievo. Fue Sancho Ramírez, rey de Aragón en el siglo XI, quien mandó construir la fortaleza. Hay una leyenda que dice que Alfonso I el Batallador encerró allí a su esposa doña Urraca, a su vez conocida como la Temeraria, por ‘desavenencias’.

El tema es que se llevaban fatal (se casaron por orden del padre de ella, Alfonso VI) y cuando ella se rebeló –su sobrenombre no venía de la nada– contra las órdenes de su marido, él decidió meterla en el castillo. Pero el culebrón medieval sigue, porque cuando el conde castellano Gómez González, que se supone que era amante de la monarca, y Pedro González de Lara, otro noble que también tuvo supuestamente un amorío con ella, se enteraron del secuestro fueron a liberarla. Al final, el matrimonio se anuló, aunque los enredos siguieron, porque de esos hilos está tejida la historia. En 2006, el yacimiento obtuvo el título de Bien de Interés Cultural (BIC) del patrimonio cultural de Aragón.

El único edificio que se conserva es la ermita de la Virgen del Castellar, del siglo XIX y que sustituye a un templo medieval anterior situado donde el castillo. Cada año, el 8 de mayo y el último domingo de septiembre, los vecinos y devotos cruzan el río Ebro en la barcaza para ascender los montes y peregrinar hasta el santuario.
En barcaza por el Ebro
Torres de Berrellén no es el único lugar en el que se puede experimentar la vivencia de cruzar el Ebro en transporte fluvial. En Tarragona existe ese servicio en el pueblo de Miravet. En este caso, la barca pasa de una orilla a otra todos los días, a no ser que las condiciones meteorológicas lo impidan. También transporta coches, motos, bicis y personas (las autocaravanas no están permitidas).

La plataforma de esta barca está hecha de madera y se apoya sobre otras dos embarcaciones conocidas en catalán como llaguts (son parecidas a las piraguas). Está enganchada a un sistema de cables y el encargado de conducirla es el barquero, que maniobra con el timón para aprovechar la fuerza del río y llegar al punto deseado. Desde Semana Santa al mes de noviembre, en la población tarraconense de García también es posible cruzar el Ebro en un transbordador fluvial. Y, sin salir de la provincia, en el pueblo de Flix se ofrece el mismo servicio.
De vuelta a Aragón, también hay otros embarcaderos desde los que parten barcazas como la de Torres de Berrellén. Uno es el de Sobradiel, que surca las aguas para llegar hasta la finca del Soto de Candespina, donde hay una torre que antiguamente sirvió como elemento de defensa. En la lista aparece, además, la localidad de Gelsa y, hasta hace unos años, la de Boquiñeni. La asociación Adabar, de dicho pueblo, intentó recuperar la tradición sustituyendo la antigua barca, que se había hundido, por otra nueva. Lo consiguieron, pero en 2015 la riada del Ebro se la llevó por delante, así que ya no está en el censo de transbordadores fluviales de la zona.
Carmen López
Soy periodista y escribo sobre cosas que importan en sitios que interesan desde hace más de una década.