
La construcción de embalses y pantanos durante el siglo XX obligó al éxodo de miles de personas en España. Se vieron obligadas a dejar atrás no solo sus casas, sino las calles y los espacios físicos en los que habitaban sus recuerdos. Esa travesura en la infancia, el baño en el río, la anécdota en la fuente, el baile en las fiestas… todo quedó sumergido. Entre estas historias de dolor que se hacían en nombre de la planificación hídrica, hubo otras que nunca se justificaron. Es el caso de Jánovas, un pueblo de Huesca que acabó en ruinas para nada y que ahora renace gracias a la lucha obstinada de sus antiguos habitantes.
¿Qué pasó en Jánovas?
La Fundación San Miguel, creada para reconstruir Jánovas, nos hace un resumen de la injusta historia del pueblo. A principios del siglo XX, el Estado emitió una Real Orden que obligaba a construir un embalse en el congosto de Jánovas. La idea era aprovechar el agua de los ríos Cinca y Ara para la agricultura y la industria y, posteriormente, para generar energía eléctrica.

En ese momento, las concesiones las tenía Iberduero (actual Iberdrola), quien logró una declaración de utilidad pública del proyecto en 1951 que le permitía adquirir las propiedades de los vecinos de Jánovas, ya fuera con acuerdos de compra-venta o con expropiaciones. Tenía 20 años para realizar las obras, pero la empresa no acabó de ver rentable el proyecto y el embalse nunca se construyó.
Desalojos, cierres y demoliciones
Eso no impidió que en la década de 1960 comenzara el destrozo de Jánovas, con expropiaciones, desalojos y demoliciones. La crueldad fue tal que llegaron a dinamitarse varias casas sin previo aviso, de forma que las familias que todavía vivían en el pueblo corrían a refugiarse cuando escuchaban las detonaciones. Tras las denuncias, el Gobierno Civil de Huesca acabó prohibiendo este modus operandi.

Otro episodio duro de esta historia fue el cierre forzado del colegio. La Inspección de Enseñanza Primaria de Huesca se negó a decretar su extinción mientras el pueblo tuviera niños y niñas, así que un empleado de la empresa acudió un día a la escuela y “tiró la puerta” y entró “con insultos, empujones y patadas” a sacar al alumnado. Mientras, “a la profesora la arrastró fuera del aula agarrándola por los pelos”.
En 1969 murió la última persona en Jánovas y en 1974 desapareció su ayuntamiento y pasó a pertenecer al municipio de Fiscal. Los últimos desahucios se ejecutaron en 1984: una familia que vivía en el pueblo y otra que acudía todos los veranos. Tras las expulsiones, las casas fueron derribadas inmediatamente.
Jánovas se quedó en ruinas
¿Sirvió para algo tanto dolor? Lamentablemente, no. En el año 2000 llegó la declaración de impacto ambiental negativa del Ministerio de Medio Ambiente. Se zanjaba así una amenaza de décadas y se hacía evidente que habían arruinado el pueblo para nada. En 2008 comenzó la reversión de las propiedades al vecindario, 40 años después de haber sido expulsados.

«En los expedientes estaba estipulado que tenían que mantener las casas hasta que se hiciera el pantano, pero no fue así”, denuncia el presidente de la Fundación San Miguel, Óscar Espinosa
Hoy hay planes especiales para rehabilitar Jánovas, pero también otros dos núcleos poblacionales que sufrieron el proyecto del embalse, Lavelilla y Lacort. “Los expedientes estipulaban que tenían que mantener las casas hasta que se hiciera el pantano, pero no fue así”, denuncia el presidente de la Fundación San Miguel, Óscar Espinosa, a EscapadaRural.
De pueblo de cabecera a pueblo en reconstrucción
Hoy día cuesta imaginarse un pueblo al que no llegue una carretera asfaltada. Jánovas es uno de ellos. Está a solo 500 metros de la carretera nacional N-260, pero el acceso más rápido pasa por un vado que se inunda cuando llueve. Hay una alternativa, aunque son unos 40 minutos más de trayecto y los últimos tres kilómetros son de tierra, por lo que cuando se embarra es necesario ir con todoterreno.
De momento, solo tienen “promesas”, pero ningún acuerdo. Espinosa subraya que la carretera “ahora mismo es la máxima necesidad” del pueblo. Además, lo aprovecharían otros “que están vivos y tienen habitantes” como San Felices de Ara, Planillo y Albella.

Y, sobre todo, serviría para que más personas se asentaran de forma permanente en Jánovas. Como relata Espinosa, aquí llegaron a vivir unas 200 personas a mediados del siglo XX. “Ahora vemos un pueblo ruinoso y pobre, en reconstrucción, pero en su día era pueblo de cabecera, de los más grandes del valle de La Solana”, sostiene. Así que tenía todo tipo de servicios: dos carnicerías, una carpintería, una peluquería, una tienda de ultramarinos, un bar…
Hay siete casas en rehabilitación y un par de viviendas que ya están acabadas. En una de ellas, ya vive una familia todo el año
Hoy quien se acerca a Jánovas verá un pueblo con diferentes velocidades. Gracias al trabajo del vecindario, han recuperado la luz, el agua y las calles. Todos son antiguos propietarios o sus herederos. Hay siete casas en rehabilitación y un par de viviendas que ya están acabadas. En una de ellas, ya vive una familia todo el año. Es la primera que ha vuelto a repoblar Jánovas, formada por Jesús Garcés, de 71 años, y Marimar Garmendia, de 66 años. Otros tienen la intención de hacerlo próximamente.
El mismo Óscar Espinosa cuenta que ha reconstruido la casa de su abuelo, que piensa destinar pronto al turismo rural para “generar rendimiento y dar vida al pueblo”. La zona es apropiada para ello, ya que está muy cerca del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. De hecho, a solo 15 kilómetros está el bonito y muy visitado pueblo de Aínsa. Además, es destacable que Jánovas cuenta con el último puente colgante del siglo XIX de España, que está declarado Bien de Interés Cultural (BIC).

Las ruinas, por un precio «testimonial» y las tierras, «casi de mercado»
Los antiguos habitantes de Jánovas y sus herederos han tenido que pagar por recuperar sus propiedades. Les pedían, inicialmente, “30 veces más por el IPC acumulado” por devolverles “unas ruinas”. “Nosotros teníamos una casa levantada y unos campos de labor. Ahora no hay nada, sino unos terrenos abandonados”, lamenta Espinosa. Finalmente llegaron a un acuerdo con la Administración para recuperarlo por “algo testimonial”, un euro por metro cuadrado. A partir de ahí, añade, “cada uno tiene que levantar su casa otra vez, con el esfuerzo económico que conlleva”.
En cuanto a las tierras de cultivo, denuncia que no les han “regalado nada”, ya que han pagado 7.500 euros por hectárea, “un precio casi de mercado”. Los terrenos cuyos antiguos propietarios no han querido recuperar, los ha comprado de forma comunal la Asociación de Agricultores de Jánovas y Lavelilla. Con esta unión han querido evitar que pudiera ir “gente con mucho dinero y especular sobre los terrenos”. “Si alguien se tiene que aprovechar de esto, que sean los vecinos”, sostiene Espinosa. De momento, parece que se vuelve a abrir camino la vida que nunca debió desaparecer de Jánovas.
Raquel Andrés
Periodista y aventurera. Me has podido leer en Escapada Rural, Diari Nosaltres La Veu, La Vanguardia, El Salto y otros medios. Habitante y amante de las zonas rurales, sea cual sea el destino. Procuro escaparme una vez por semana con las botas de montaña, el arnés o el neopreno. También soy un intento de baserritarra.